Bienvenidos a Catarsis Literaria y algo más Este es un espacio abierto a todos los estudiantes de la E.E.S.T N°1, para que a través de la escritura expresen sus opiniones, sentimientos y su talento literario.

Literatura 6to.

Contexto histórico del gobierno de Juan M. de Rosas . Unitarios y federales. Generación del 37´
Actividades:
 Video 1: Juan Manuel de Rosas "El Restaurador". Video 2 : Generación del 37´
1- Caracterizar de manera completa a Rosas.
2- ¿De qué manera comienza a ganar prestigio en los diferentes sectores sociales?
3- ¿Cómo llega a convertirse en gobernador de Bs As.?
4- Elaborar un texto explicativo sobre su gobierno.(Aspectos sociales, políticos, económicos y
    literarios)
5- Redactar un texto argumentativo con alguno de los siguientes temas:
    a- El poder
    b- Abuso de poder
    c- La censura en época de Rosas




Video 3 Unitarios y federales
1- Diferenciar de manera completa las ideas unitarias de las federales




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La escritura embrujada

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Latinoamerica se queda sin magia

Murió Gabriel García Márquez

Tenía 87 años. Creció en un pueblo diminuto, Aracataca, que hoy se identifica con el Macondo de “Cien años de soledad”, la novela que lo hizo famoso. Acompañó la revolucion cubana y fue un referente de la izquierda. 
abemos, porque nos lo enseñó el historiador británico Eric Hobsbawm hace un poco más de dos décadas, que los siglos no necesariamente duran cien años ni empiezan con cero y terminan con 99: él afirmaba que el siglo pasado empezó en 1914 y terminó en 1991. Seguramente ha de haber tenido razón, pero anoche, cuando se supo que, a los 87 años y en el México que había elegido para vivir desde 1961, murió Gabriel García Márquez, muchos sintieron que el Siglo XX daba algunos de sus últimos estertores en Latinoamérica: se fue su escritor más popular de las últimas cuatro décadas.
Su Cien años de soledad terminó de poner a la literatura de la región en el mapa mundial. Si bien ya habían emergido muchos escritores enormes, tal vez más enormes que el colombiano –piénsese en Borges sin ir más lejos o en algunos de los otros escritores del boom del que fue parte, como Guillermo Cabrera Infante, Juan Rulfo o el mismo Vargas Llosa– su novela vendió treinta millones de ejemplares y fue traducida a más de 35 idiomas y García Márquez empezó a gozar de una fama de rockstar.
La belleza simple de Cien años de soledad –por lo menos al lado de otros libros de la época, más experimentales, como Vistas del amanecer en el trópico, del cubano Cabrera Infante fue un éxito instantáneo y global desde su publicación en Buenos Aires en 1967, cuando la industria editorial argentina era tan fuerte como para iniciar semejante explosión. Cien años de soledad fue una novela que nos deparó felicidades como ésta:
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de 20 casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”.
Hay, en esa escena deslumbrante, la de un nene yendo a conocer el hielo en un pueblo mínimo y ardiente, un pedacito de la infancia de García Márquez, la misma a la que seguramente hace referencia la novela cuando habla de un mundo tan reciente al que todavía le faltaban palabras: los años que pasó en su Aracataca, un pueblo diminuto y muy tórrido –puede llegar a padecer 50 grados– bien adentro de Colombia, junto a sus abuelos.
El, Nicolás Márquez, que había sido Coronel en la Guerra de los Mil Días –guerra civil colombiana entre 1899 y 1902– le contó historias bélicas, relatos que siempre son un modo de hablar de política, le enseñó a usar el diccionario y lo introdujo al “milagro” del hielo llevándolo con frecuencia a la United Fruit Company.
Ella, Tranquilina Iguarán Cotes, le contaba historias llenas de mitos y leyendas de la zona. Gabito fue ahí, con sus abuelos, el niño que sería el hombre que décadas después, en 1982, ganaría el Premio Nobel de Literatura, que discutiría intentos de acuerdos nacionales en la vertiginosa Colombia de hace 20 años con Andrés Pastrana –ex presidente de colombiano– y Felipe González –ex primer ministro español–, que se sentaría a la derecha de su amigo Fidel Castro pasara lo que pasara y cayera quien cayera, que impulsó en toda la región una forma hermosa de hacer periodismo, la crónica de no ficción, y podría contar a sus discípulos de a miles. El que declararía “Yo digo: ‘estoy de García Márquez hasta los cojones’” cuando sintió que la fama era un trabajo demasiado exigente. Gabito, entonces, en Aracataca allá por los años 30, tuvo su iniciación en las armas que usaría luego en esas decenas de libros suyos que le depararon la fama que lo tendría hasta los cojones. Pero contento también.
A esa infancia encantada de relatos bélicos y maravillosos le siguió una breve vida común con sus padres y luego el bachillerato, un internado para chicos prodigio. Ahí se sentiría “triste y ajeno” pero comenzaría a considerar a la literatura como un destino posible; cuando publicó su primer libro, La hojarasca, le dedicó un ejemplar a su profesor del colegio. Los padres presionaron y cuando terminó el secundario el chico prodigio fue derecho a la facultad de Derecho. La violencia política lo salvó de un destino de bufete y tal vez salvó a Latinoamérica de perderse una de sus obras dilectas: el Bogotazo, unas protestas masivas en 1948, fue reprimido con salvajismo y cerraron la universidad.
García Márquez se trasladó a Cartagena para seguir estudiando pero rápidamente se sintió libre de dedicarse a una de sus dos pasiones mayores: el periodismo. Trabajó para El Universal, luego para El Heraldo y mientras tanto no se privaba de darle tiempo a su otra pasión, la literatura: se sumó al “Grupo de Barranquilla”, con base en una librería y un bar, “La Cueva”, donde los jóvenes escritores, compañeros de trabajo en la redacción, se dedicaban a discutir las obras de grandes como Albert Camus, Virginia Woolf y William Faulkner, una de las mayores influencias tanto de García Márquez como de los otros autores del boom.
A partir de ahí, de ese trabajo en un diario y de esas discusiones en el bar seguramente regadas de ron y arepas, se acelera la vida de García Márquez: ya ronda los 25, lleva como marca las leyendas y las batallas oídas en la infancia, es apasionadamente periodista.
Pasa a trabajar a El Espectador, donde se convierte en el primer columnista de cine del periodismo colombiano. En 1955 da el paso definitivo: publica su primera novela, La hojarasca. Y publica, a modo de folletín en el diario en que trabaja, Relato de un naúfrago, una obra de arte de periodismo narrativo. Sufre la censura del régimen del general Gustavo Rojas Pinillas. La dirección del diario lo envía, para protegerlo, como corresponsal a Europa. Sigue escribiendo: en 1958 aparece El coronel no tiene quien le escriba. En 1959, luego de haber cubierto los juicios de la triunfante revolución cubana liderada por Fidel Castro en la isla, dirige Prensa Latina, la agencia de noticias que acompañó la revolución cubana y donde trabajaron también, por ejemplo, Rodolfo Walsh y Rogelio García Lupo. En 1960 pasa una temporada en los Estados Unidos hasta que le niegan la visa por considerarlo miembro del Partido Comunista. Se muda a México, donde se instala hasta sus últimos días.
La amistad y las pasiones políticas lo unirían y lo separarían de los otros miembros del boom. Sería en París, cuando ambos vivían allí, que se rompería su amistad con el otro Nobel, Mario Vargas Llosa. Las tensiones ideológicas –Vargas Llosa se alejaba vertiginosamente de la izquierda y García Márquez se comprometía cada vez más– y las tensiones amorosas –parece que Mario Vargas Llosa era muy celoso cuando joven y habría interpretado mal unos consejos de García Márquez a su mujer, Patricia, en ocasión de desaveniencia conyugal– terminaron con el vínculo de los dos escritores. El broche lo puso el peruano, al año siguiente, 1976, en México: le pegó una trompada al colombiano y le dejó el ojo negro.
Antes habrán discutido mucho de política: en 1971, el gobierno cubano encarceló al poeta Heberto Padilla. Los intelectuales de la época firmaron solicitadas pidiendo su liberación. García Márquez, que ya era el mundialmente famoso autor de Cien años de soledad, no: prefería tratar personalmente esos asuntos con Fidel. Vargas Llosa lo tildó de “cortesano de Castro”, Cabrera Infante lo acusó de sufrir de “totalitarium delirium”. Por su parte, García Márquez asegura haber ayudado a mucha gente a salir de la isla. En una entrevista del cronista estadounidense John Lee Anderson, contó que fue parte de una operación en la que se expatriaron “unas dos mil personas”. García Márquez ya era un diplomático sin cartera, un hombre de enorme peso político.
Escribió mucho más: los cuentos de La increíble y triste historia de la Cándida Eréndida y su abuela desalmada y la festejadísima y llevada al cine, Crónica de una muerte anunciada, donde desarrolla un thriller que empieza con el asesinato y reconstruye los hechos hacia atrás; un procedimiento muy novedoso en la era anterior a las series.
Y nos deparó, a varias generaciones, una experiencia inolvidable de lectura feliz: encontrar en la adolescencia, que es cuando suelen aparecer por primera vez los libros del colombiano, un ejemplar de Cien años de soledad aseguró, para muchísimos, horas de luminosa alegría. Y décadas de agradecimiento.
La revolución, la novela latinoamericana mundial, la conciencia política siempre activa e interviniendo en los hechos: esos rasgos de García Márquez lo hacen un hombre del Siglo XX. Mucho de eso que está terminando de des-aparecer con su muerte.

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Cuento de Fontanarrosa

          


Metegol (Argentina) es una película animada en 3D de producción argentino-española dirigida por el argentino Juan José Campanella. Está inspirada en el cuento Memorias de un wing derecho, del escritor argentino Roberto FontanarrosaEduardo Sacheri, que trabajó con el director en el guion de El secreto de sus ojos, estuvo a cargo de la adaptación junto a Campanella, Gastón Gorali y Axel Kuschevatzky también productores del film. Fue estrenada, en Argentina, el 18 de julio de 2013. Fue la primera película de animación que abrió el Festival de Cine de San Sebastián, el 20 de septiembre del mismo año.

MEMORIAS DE UN WING DERECHO

Y aquí estoy. Como siempre. Bien tirado contra la raya. Abriendo la cancha. Y eso no me lo enseñó nadie.Son cosas que uno ya sabe solo. Y meter centro o ponerle al arco como venga. Para eso son wines. No me vengan con eso de wing “ventilador” o wing “mentiroso” o las pelotas. Arriba y contra la raya.
Abriendo la cancha para que no se amontonen los forwards en el medio. Nada de andar bajando a ayudar al marcador de punta ni nada de eso. Si el marcador de punta no puede con el wing de él... ¿para qué m... juega de marcador de punta? Lo que pasa es que ahora cualquier mocoso le sale con esas teorías nuevas y nuevas formas de juego o te viene con la “holandesa” o la “brasileña” y otras estupideces.
¡Por favor! El fútbol es uno solo y a mí no me sacan de la formación clásica: el arquero bien parado en la raya y atento. Por ahí escucho decir que Gatti juega por toda el área o sale hasta el medio de la cancha... Y bueno, así le va. Yo al arquero lo quiero paradito en su arco y nada más. Para eso es arquero. Después una línea de dos. Después otra de cinco. Y arriba que nos dejen a nosotros tres. Más de veinte años hace que jugamos así y nos hemos podrido de hacer goles. De a siete hacemos. Yo ya debo llevar como seis mil ochocientos. Yo solo... ¡Después me dicen de Pelé! O arman tanto despelote porque Maradona hizo cien. Cien hago yo en una temporada. Y en verano, cuando los pibes se quedan en el club como hasta las dos de la matina, me atrevo a hacer cuarenta, cincuenta goles por semana. Cuarenta, cincuenta. Yo solo... Maradona... ¡Por favor! Y eso para no hablar del centrofoward nuestro. Debe llevar más de doce mil goles. Por debajo de las patas... Y... ¡el tipo está ahí!
Donde deben estar los centrofoward. En la boca del arco. En el área chica. Pelota que recibe, ¡pum!, adentro. A cobrar. Y ojo, que el nueve de los de Boca no es malo tampoco. Es el mismo estilo que el nuestro. Siempre ahí: en la troya. Adonde están los japoneses. ¡Nos ha amargado más de un partido, eh! Yo no he visto los goles que nos ha hecho pero escucho los gritos y el ruido de la pelota adentro del arco.
Le da con un fierro el guacho. Pero, claro, tiene dos wines que son dos salames. Por ahí si jugara al lado mío él también habría hecho como doce mil goles. ¡Si le habré servido goles al nueve! ¡Si le habré servido goles! Me acuerdo el día del debut. Le estoy hablando de hace veinticinco años, veinticinco años, un cuarto de siglo. Sacaron la lona que cubría la cancha y le juro que nos encegueció la luz. Un solazo bárbaro. Yo casi no podía ver por el resplandor en las camisetas, especialmente en las nuestras. Claro, por el blanco. Las bandas rojas parecían fuego. No como ahora, que está saltado todo el esmalte y se ve el plomo. O el piso, del verde ya no queda casi nada. ¡Cómo está esta cancha! ¡Qué lástima! Que poco cuidada está. Pero bueno, ese día fue algo inolvidable. Era domingo al mediodía y se ve que los muchachos estaban alborotados porque esa tarde jugaban River y Boca en el Monumental y ellos se habían reunido en el club para irse todos juntos en el camión para el partido. ¡Huy, lo que era ese día! Y claro, llegaron ahí y se encontraron con que la Comisión Directiva había comprado el metegol.
Yo había escuchado desde abajo de la lona que pensaban inaugurarlo esa noche cuando los socios se juntaban en la sede social a comentar los partidos o tomarse un fernet antes de cenar. Pero... ¡qué!... apenas los muchachos vieron el metegol al lado de la cancha de básquet ni siquiera se molestaron en meterlo adentro.
¡Además, esto es pesado, eh! No sé cuántos kilos debe pesar esto, pero es pesado. Puro fierro, de las cosas que se hacían antes. Bueno, ahí no más lo destaparon y se armó el partido. Yo calculo, calculo, que había de haber entre veinte y veinticinco personas viendo el partido. ¡No menos, eh! No menos. Una multitud. Y había apuestas y todo. Le digo que calculo que había esa gente porque yo ni miré para arriba, le juro, no me atrevía a levantar la vista del cagazo que tenía. Le juro. Uno escuchaba bramar esa tribuna y temblaba.
¡Qué cosa inolvidable! Nosotros, los tres de adelante, tuvimos suerte porque el tipo que nos manejaba se ve que sabía. Yo apenas sentí que me movía, dije: “Hoy vamos a andar bien”. Porque también es importante el tipo que a uno le toque para manejarlo. Usted podrá tener condiciones, es más, podrá ser un fenómeno, pero si el que está afuera es un queso, va muerto. Y yo le digo, ahora, con experiencia, yo apenas noto cómo el tipo me mueve ya me doy cuenta si conoce o no. Es una cuestión de experiencia, nada más. No es que uno sea sabio. Escúcheme, usted ve un tipo cómo se para en la cancha y ya sabe cómo juega al fútbol. No tiene necesidad ni de verlo correr. ¡Por favor! Pero ese día se ve que el tipo conocía. No era ni improvisado ni uno que agarrala manija porque está aburrido y para matar el tiempo se juega un metegol. De esos que usted trata de ayudarlos, de darles una mano pero al final el que queda como un patadura es usted. Cuando el culpable es el que tiene la manija. Y usted los escucha gritar: “¡Qué tronco es el siete ese! ¡Qué animal el wing!”. Hay que aguantar cada cosa. ¡Por favor! Pero ese día no. Ese día tuve suerte, lo que es importante en un debut. Y más en un River-Boca. Usted sabe bien cómo son estos partidos. Un clásico es un clásico, digan lo que digan ahora yo ya tengo como treinta mil clásicos jugados y así y todo, le digo, todavía cuando escucho el pique de la primera pelota en la mitad de la cancha me pongo nervioso. Parece mentira. Esque son partidos muy parejos. Somos equipos que nos conocemos mucho. Pero aquel día tuvimos suerte, por lo menos los de adelante. De la mitad de la cancha para adelante la rompimos, la hacíamos de trapo. “Tachola”, me acuerdo que se llamaba el que tenía la manija. Me acuerdo porque le gritaban permanentemente y además porque durante cuatro años vuelta a vuelta venía al club y jugaba. ¡Cómo sabía ese tipo! Lo arruinó la bebida. Cuando llegaba en pedo yo me daba cuenta porque nos hacía hacer molinetes y cada cagada que ni le cuento. Un día me hizo hacer un molinete y yo cacé un chute que la pelota saltó del metegol e hizo sonar un vaso. Me quería hacer pagar a mí el desgraciado. Pero cuando estaba sobrio era un león. Y ese día la gasté. En la defensa no andábamos tan bien porque el que manejaba a los de atrás era un salame. Un paspado. Pero con los de adelante bastaba.
No hay mejor defensa que un buen ataque, mi amigo, eso lo sabe cualquiera. ¡Por favor! Ahora se meten todos abajo. Están locos. Tres pepas hice ese día. Y las otras tres se las servía al nueve, al morochón. Porque es morochón, ahora se le despintó el lope pero es morochón. Y no tenía bigotes. Lo que pasa es que algún mocoso se los pintó con birome para que se pareciera a Luque. Un gol, me acuerdo, un gol, la bola rebotó en el córner y se me vino. Íbamos perdiendo uno a cero, porque ¡ojo! Habíamos arrancado perdiendo, y la hinchada bramaba. La puse debajo de la suela y casi la astillo. La empecé a pisar y me la traje despacito para el medio. El nueve se fue para la izquierda y el once también, para abrirme un buco. Yo la amasé y un par de veces amagué el puntazo, pero el fullback me tapaba el tiro y no veía ángulo para el taponazo. Le cuento que yo no le hago asco a patear y cuando veo luz le sacudo. A mí no me vengan con boludeces. Pero el rubio que me marcaba me tapaba bien. Entonces yo agarro y la engancho de nuevo para afuera, para mi lado, como para meterle un derechazo cruzado, al segundo palo, a la ratonera. ¡Si habré hecho goles así! Y cuando el rubio me sigue para taparme y el arquero cubre el primer palo, de revés no más, cortita, la toco para el medio. Y el nueve, sin pararla che, le puso semejante quema que abolló la chapa del fondo del arco. ¡Qué golazo! ¡Lo que fue eso! Yo lo había escuchado al Negro, lo había escuchado. Cuando yo me abrí para la derecha vi que la defensa se venía conmigo. Y lo escuché al Negro que me grita: “¡Ah!”. Y se la toqué. Lo mató el Negro. Lo mató. La hacemos siempre a ésa. Diga que ya nos conocen. ¡Qué partido fue ése! Y para esta noche tenemos uno lindo. Si es que vienen los muchachos. Porque los escuché decir que iban a las maquinitas. Siempre hablan de las maquinitas. Vaya a saber qué es eso. Acá una vez al club trajeron una. Yo siempre escuchaba unos ruidos raros, unas cosas como “pluic”, “plinc”, “clun” y unas sacudidas. Unas luces. Pero después no lo sentí más. Dicen que se le jodió algo adentro a la máquina, algún fusible y nunca hay guita para comprarlo. Son máquinas delicadas. De ésas que hacen los yanquis. Por eso los muchachos siempre vuelven. Porque el fútbol es el fútbol. Ésa es la única verdad. ¡Qué me vienen con esas cosas! Son modas que se ponen de moda y después pasan. El fútbol es el fútbol, viejo. El fútbol. La única verdad.
¡Por favor!

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