Cuento de terror
EL ESPEJOOO
Desde que había heredado ese antiguo espejo, tenía la sensación de que alguien lo estaba mirando. El espejo se encontraba en el comedor y ocupaba el centro de una gran pared blanca. Cada vez que cruzaba la habitación, un frío lo atravesaba de lado a lado, como si algo de esa superficie helada que, por un momento, atravesaba su imagen intentara quedarse en él. Decidido a enfrentar la situación, un día se paró frente al espejo y comenzó a observar cómo su rostro envejecía poco a poco. Invadido por el terror de la cabeza a los pies, salió de la sala corriendo hacia su habitación, en donde se encerró. Luego fue hacia un rincón y se acuclilló, posición en la que pasó casi toda la noche sin dormir. Estaba solo, a oscuras, la luz se había cortado a causa de una tormenta. Sólo los relámpagos iluminaban de manera intermitente el cuarto.
Al día siguiente se despertó muy cansado y atemorizado, bajó las escaleras y fue directamente hacia el espejo para ver si esa horrible imagen de él envejeciendo, seguía allí reflejándose. Al llegar miró primero el marco dorado y luego la superficie pulida, pero la imagen no estaba y pudo respirar aliviado. Pensó que todo había terminado, así que fue al baño, se lavó la cara, sin embargo al levantar la mirada, vio nuevamente su rostro pálido, arrugado, de cabello canoso. En ese instante su única reacción fue tocarse para comprobar que lo que estaba viendo estaba sucediendo realmente o era producto de su imaginación. Fatalmente comprobó que las arrugas estaban ahí , no encontraba una explicación lógica para lo que le estaba pasando.
Tomó ánimo y volvió a asomarse muy despacio y comprobó que la imagen ya no era la de él en un futuro, sino que ahora le devolvía un pasillo muy oscuro, con paredes agrietadas que no tenín fin. Estiró la mano acariciando su reflejo e inesperadamente, éste lo succionó. Ahora estaba del otro lado. Ya no era un reflejo.
Comenzó a correr por el pasillo, hasta que de pronto observó que criaturas feas y deformes venían hacia él. Siguió corriendo pero el pasillo no tenía una salida y la imagen que lo había atemorizado en un primer momento, estaba ahí, decidida a ocupar su lugar.
Sin más fuerzas cayó al suelo. Cubrió con sus manos los ojos y empezó a sentir cómo los monstruos deformes lo devoraban, lo rasguñaban y le arrancaban sus extremidades. Quedó allí, mutilado, y murió lentamente.
Nicolás Larrosa- 2° C
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