Bienvenidos a Catarsis Literaria y algo más Este es un espacio abierto a todos los estudiantes de la E.E.S.T N°1, para que a través de la escritura expresen sus opiniones, sentimientos y su talento literario.

Producciones de los alumnos

Un detalle que vale oro. 

 Mis padres estaban siempre preocupados por el gobierno que había congelado sus ahorros. Me habían dicho que estudiar e ir a la escuela era la única obligación que tenía, a los 10 años actuales. Pero algo que me estaba atormentando eran las cargadas de mis compañeros, para llamarlos de alguna manera, durante toda la jornada. Siempre me encontraban un defecto, sea por el pelo o por los pies y, si no lo tenía, lo inventaban. Hasta que llegó ese día en el que me cansé de tantas burlas. Jamás faltaba un chasqueo en el aula. 
Apenas llegué a mi casa me puse a pensar ¿cómo le decía a la maestra que recibía más de 345 burlas por semana?- las estuve contando-. Pensé estrategias y planes pero siempre estaba  la posibilidad de malas consecuencias. Tal vez debería decirle a la docente mañana pero, ¿cómo lo probaba?. Podría tomar una fotografía, grabarles la voz pero no tendría motivos para tener el celular encendido en clase. Después de una hora y media pensando en un plan para "hundirlos" de alguna forma, encontré el más conveniente que podría hacer: realizar una serie de hechos para que la docente se diera cuenta de  quiénes eran los que me molestaban. Desde ese momento hasta la hora de cenar me rompí la cabeza para lograr un plan perfecto.
 Tenía que entrar a las 6:30 hs., una hora y media antes de que los demás lo hicieran para armar toda la escena a mi gusto. Ingresé por la puerta trasera que siempre dejaban abierta. Fui a la preceptoría y busqué tizas de todos los colores que había, que  por cierto, no eran muchos. Entré en el salón que siempre usábamos y escribí las palabras con las que más me agredían. Traté de utilizar la letra de mis compañeros pero no se las conocía lo suficientemente como para copiarlas. Me ocupé de ponerme guantes además de limpiar toda el aula con un trapo viejo paras que, por las dudas, no quedaran huellas ni de mi respiración. Dejé las tizas en sala de preceptores y busqué una lapicera para rayar los bancos en mi contra. Todo estaba saliendo como lo había planeado.
 Volví a mi casa con mucho entusiasmo y me puse la ropa más vieja que tenía. Pero luego me la tuve que sacar porque mi padre no me dejó que fuera al colegio vestido de esa manera, igual  traté de que fuese la más antigua dentro de las nuevas. Me despeiné y salí corriendo tratando de que nadie me viera así. Iba tan entusiasmado que me di cuenta a las dos cuadras de que me había olvidado la mochila, así que volví, la agarré y corrí hacia la escuela. Entré normalmente como todos los demás. 
 Sonó el timbre y todos formamos. Después del saludo cotidiano, todos los alumnos de dirigieron a sus aulas. Traté de ser el último en ingresar, el último en recibir la noticia de que me habían agredido de forma escrita en el pizarrón. La profesora llegó  y  apenas vio las burlas llamó la atención a todos los alumnos. No podía contener la alegría de que todo saliera tal cual lo había planeado. Pero no pareció afectarles mucho por lo que se me ocurrió, en el recreo, agredir a la profesora y a mí en el pizarrón. Cuando ésta entró nuevamente al aula, después del último recreo,  fue a llamar inmediatamente al preceptor, pero no para comentarle lo sucedido, sino para pedirle que nos cuidara porque ella debía retirase por unos minutos. Nadie sabía adónde iba. Según mis especulaciones iría a la dirección a informarle a los directivos del pésimo comportamiento de los estudiantes y la gran falta de respeto hacia los docentes. Pero después de diez minutos volvió con cara de enojada y me miró muy fijamente por tres segundos. No sé si sería porque los dos habíamos sido agredidos o por otra cosa. No mucho tiempo después llegó el director, por cierto, al que le teníamos mucho respeto, y me citó a la dirección luego de la clase.                    
 Cuando sonó el timbre, me encontré yendo hacia la dirección. Caras nuevas de preceptores que no conocía, docentes y autoridades escolares que me señalaban dónde quedaba el despacho de la autoridad máxima del establecimiento, con caras de desprecio.
 Toqué la puerta y la portera que por casualidad estaba ahí me hizo entrar. Cuando me puse a mirar los cuadros de personas que habían hecho historia en el país como San Martín, Belgrano, llegó el director. Lo primero que me dijo fue que había llamado a mis padres, quienes inmediatamente se presentaron en el lugar. Me retiré y los esperé  afuera. Salieron todos los alumnos pero yo seguía dentro de la escuela.
De repente se abrió la puerta y mis padres me tomaron fuertemente de la mano y me llevaron hasta casa. Me castigaron y gritaron pero no dijeron por qué. Esa tarde también me la pasé pensando pero esta vez no para crear o inventar ideas, sino para encontrar la solución a una. Pasé un largo tiempo encerrado y reflexionando mucho y me di cuenta de que tal vez se me había escapado un detalle, quizás había cometido un error, olvidé que en la escuela había cámaras y sin audio. 
Matías Pascali 2ºdo C. - Secundaria Básica

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