Cuando la profesora me propuso escribir una líneas sobre el viaje que haríamos a Buenos Aires, no se me ocurría qué podría contar. Pero todas esas dudas se evacuaron cuando puse un pie en el micro. Ahí se respiraba otro aire, un aire de ansiedad y muchas risas, como si hubiera un wi-fi de energía.
Algunos chicos habían pensado llevar "No me digan que no" para leer; otros el libro de Biología para estudiar pero... ¿Quién lo hizo? La diversión no se detuvo, desde que intentamos liberarnos de la yerba mate por la ventana y nos fue devuelta violentamente en la cara, o cuando forcejeamos en la puerta de la iglesia arriba de una tumba, hasta cuando obligamos al profesor a posar para las fotos con las facturas. Mucha actividad desplegada, excepto cuando regresábamos escuchando música en el oscuridad del minibus, intentando cantar, aunque en realidad ladrábamos.
Si me preguntan cómo me resultó el viaje, tengo que responder que fue algo irreemplazable, fabuloso, lleno de risas, muecas, señas. ¿El itinerario? Lo programado sufrió ciertos cambios ya que el Cabildo estaba cerrado, el Museo del Bicentenario también, y el de San Telmo estuvo abierto por mucho tiempo, aunque nosotros no nos habíamos dado cuenta y aguardábamos sentados en la vereda esperando que abriera.
Ningún programa "desprogramado" pudo opacar nada. Un viaje para repetir.
Matías Pascali, 2° C- Secundaria Básica